viernes, 16 de julio de 2010

"Sombras de mariposa", de Guillermo Galván


Ed. La Esfera de los libros, 2010.
784 páginas.

Según explica el autor en una nota final, esta novela se inspira en un documento antiguo conocido como "La crónica de Manoseca", escrito hacia el siglo VII y depositado en la biblioteca de la abadía suiza de San Gall.
Manoseca era el apodo de Wilya, sobrino de Leovigildo y primo de Recaredo, ambos reyes godos entre 569 y 601, testigo directo, como consejero de la Corte, de los acontecimientos más relevantes ocurridos en la época.
Aunque en la portada del libro, junto al título, aparece la frase explicativa "la epopeya de Leovigildo, rey de los godos", el libro sobrepasa en el tiempo este período y alcanza al de su hijo Recaredo despertando, precisamente, estas páginas gran interés así como la semblanza de este joven rey, convertido al catolicismo trinitario por cálculo estratégico y empeñado en extender su conversión a la totalidad de sus súbditos. Un rey cruel, tirano, ambicioso, de un nacionalismo excluyente, intolerante, que dio demasiado poder a los obispos y puso los pilares de los grandes males de nuestra historia. Un personaje que llega a resultar antipático al lector pero no por ello menos atractivo.
Guillermo Galván es un escritor meticuloso en el uso de datos históricos y ha efectuado un grandioso trabajo de investigación. Se nota y se agradece. Sin embargo, el protagonista de esta novela no es ni Leovigildo ni Recaredo, sino Wilya, el personaje con mayor carga de ficción, cuya biografía instrumentaliza el autor, con habilidad, como eje narrativo principal. Al convertirlo en un héroe literario permite, en esta gran mentira contenedora de grandes verdades que es toda novela y en mayor medida la histórica, el desarrollo de una vertiente fantástica. Amenas e interesantes resultan las ceremonias de iniciación a las que se somete para vencer el miedo, la vanidad, la codicia y el desaliento, de las que saldrá fortalecido el espíritu guerrero y la capacidad reflexiva de este ser con deficiencias físicas. Y no menos simpatía producen sus amores románticos, imposibles o a destiempo que perturbaron su existencia. Un testigo perfecto para, a través de él, hacernos llegar la grandeza de Leovigildo, como estratega (desvió el curso de un río para sitiar una ciudad en su guerra contra su primogénito Hermenegildo) y como administrador de justicia, y la ambición desmedida de su hijo Recaredo.

Una novela bien escrita que hará las delicias de aquéllos que gustan aprender con la lectura, además de disfrutarla.

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