domingo, 3 de diciembre de 2017

Justo Serna lanza en Facebook un avance de su opinión sobre "La función perdida"

La función perdida, de María García-Lliberós
Justo Serna


El jueves 30 de noviembre presentamos en Sagunto la nueva novela de María García-Lliberós: ‘La función perdida’. La publica la Editorial Sargantana y el título, tan afortunado, debe mucho a Marisa Begué

Me cabe el honor de intervenir en dicho acto. En el de la Presentación, me refiero. Es una gracia que me hace María.

Lo mejor de una novela siempre es lo que en ella se dice de forma expresa y, más frecuentemente, lo que sugiere, lo no dicho e intuido por el lector a partir de las palabras explícitas de quien narra. Nos fuerza a imaginar, a rellenar.
Justo Serna y María García-Lliberós

Una ficción dice y muestra: “to say and to tell”. Esto es, se nos detalla o se nos presenta lo ocurrido. O ambas cosas a la vez, pues no es lo mismo.

En la obra de María García-Lliberós, quien cuenta su propia peripecia es Emilio Ferrer Fontana: un tipo que nada tiene que ver con la autora. Cuando Emilio comienza a narrar sus cosas, sobrepasa los setenta y cinco años. Es ya un jubilado. Nos va a detallar el lustro que precede. Lo vemos enrabietado, hostil.
Es un ser antipático, arrogante, de imperio..., que lo largo de los años ha sabido cobrarse lo que el mundo le ha infligido. Ha vivido esa relación (con el mundo) como un juego de suma cero y así le va.
Pero es también un varón fuerte que de repente se queda amputado, a la intemperie. Su verbo en primera persona es convincente y leemos su descarga o su descargo como la facundia de un hombre detestable y tajante. Se maneja y se expresa con autenticidad. ¿Qué ha sido de él? ¿Qué será de él?

Yo no tengo simpatía alguna por Emilio. La cualidad de una novela es hacernos sentir emociones por personajes que no nos interesan o que nos resultan odiosos.
Ferrer Fontana bien pronto me interesa: por lo que dice y muestra y por lo que la autora no le hace decir ni mostrar. Sus cuitas no son las mías y su pequeña epopeya apenas tiene que ver conmigo. 

Con Emma Bovary, a quien por cierto aquí se invoca indirectamente, yo no tenía nada que ver. Gustave Flaubert me supo interesar por un caso, el de una mujer adúltera del Ochocientos, cuya tragedia me resulta lejana. 

Las vidas de Emilio y de su esposa ya fallecida, Ana Monfort (que padece el mal del bovarismo), no forman parte de mi mundo, pero sus respectivas vicisitudes acaban por inquietarme. Son, aunque me pese, mis contemporáneos.

El jueves tendré oportunidad de añadir muchas más cosas acerca de esta novela. En las dos presentaciones que ya se han realizado, Ana Noguera e Isabel Barceló han subrayado aspectos relevantes. 

Por mi parte, en Sagunto (plaza que no es sencilla), espero provocar todo el interés por una obra y por una autora que merecen nuestra atención. Ni soy mujer ni me parezco a Emilio, el jubilado. 

Pero ésa es la gracia de un relato con fuste: despierta la inquietud de quien en principio se sentía ajeno y provoca la lectura constante e indesmayable de quien se creía extraño a la peripecia que se le cuenta.

Y diré más. Mucho más..., con ganas y con la jovialidad que me inspira esta obra.


Justo Serna es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia, autor de una decena de libros, director del club de lectura de la librería GAIA, excelente lector de novelas y persona muy activa en redes sociales.

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